"Dejad a los niños crecer, desenvolverse y madurar",

El pintor austriaco Franz Cizek había descubierto en Viena hacia 1885 el encanto, expresividad y dulzura de la pintura de unos niños que le habían pedido pinceles para jugar. Este simple hecho motivó uno de los apostolados artísticos más interesantes del siglo. Cizek, tras algunas dificultades, logró crear su célebre Escuela de Arte Juvenil, basada en el precepto "Dejad a los niños crecer, desenvolverse y madurar", que más tarde adoptó universalmente la pedagogía.


La innovación de Cizek era el resultado concreto de una serie de hechos que estaban revolucionando el panorama científico y cultural de Europa. Así, los grandes descubrimientos de las pinturas rupestres en cavernas prehistóricas, en que se destacaba un arte sencillo, ingenuo, limpio de las influencias de modelos, espontáneo. Se unía a ello otros hallazgos de las culturas cretenses, fenicias, egipcias y helénicas, cuyos elementos decorativos se hallaban dotados de una simplicidad análoga a la que manifiestan los niños en su arte. Del examen de estas piezas surgió una tendencia artística que rompe con el academicismo tradicional y, en algunos casos, como el de Marc Chagall, se transforma en el arte de representar los recuerdos del pasado según la técnica expresionista empleada por los niños.

A este hecho es preciso añadir una profunda corriente innovadora que, en una
cierta medida, intentó marginar todas las prácticas de la enseñanza tradicional;
corriente impulsada tanto del lado pedagógico como del psicológico. La cuna del
movimiento que, a fines del siglo XIX, propugnaba la inclusión de los estudios
de formación estética en los planes escolares fue, según una opinión muy
generalizada, Alemania. Estas ideas no fueron recibidas con aplauso por los
educadores. Existían los naturales recelos ante unas normas y directrices
pedagógicas cuyo único aval era el entusiasmo de unos pocos y algunas
experiencias aisladas. Pero los estudios psicológicos entonces en auge vinieron a
confirmar de manera científica la importancia que para el desarrollo de la
personalidad infantil tiene la libertad de acción, así como para la normal
evolución de su capacidad creadora.

Como consecuencia, la mano pasó a ser considerada como un
'segundo cerebro', del que se sirve el niño para poder expresar toda
su rica y compleja vida interior.

Las ideas en favor de la enseñanza artística tuvieron, con el tiempo, particular
eco entre los maestros primarios, quienes advirtieron, a causa de las corrientes
psicológicas y estéticas entonces en boga, la importancia del arte en el desarrollo
educativo de los niños. Hacia 1885 se creó en Hamburgo una Asociación de
maestros para trabajar en favor de la educación artística, ejemplo que siguieron
muy pronto otras ciudades alemanas, como Berlín, Dresde, Munich y Leipzig.
Paralelamente a estas asociaciones de profesores fueron surgiendo con fines
análogos los clubs y círculos de padres. Un hecho decisivo para el
reconocimiento de la pedagogía artística en la escuela fue, sin duda alguna, la
famosa exposición El arte en la vida del niño, que tuvo lugar en 1901 en Berlín.

Los resultados obtenidos fueron tan halagüeños que animaron a sus promotores
a realizar una vasta campaña de divulgación del arte infantil.

Las nuevas ideas pasaron de Alemania a otros países, como Bélgica, Inglaterra,
Holanda, Suecia, Finlandia, etc., e incluso a Norteamérica. Al principio, es cierto
que las directrices de la pedagogía artística tuvieron escaso eco en los países
mediterráneos europeos, actitud que extrañaba a los innovadores. Su aplicación
ha resultado bastante difícil. Algunos pensaban que la inclinación innata por lo
bello de la población mediterránea los alejaba de la necesidad de un
planteamiento escolar de la educación estética; otros creyeron que por razones
antropológicas profundas estos pueblos no alcanzaban a comprender los efectos
morales y educativos de la enseñanza sistemática del arte. No obstante, y pese a
estas suposiciones, esporádicamente, en Francia, Italia y España la práctica de
las clases de música, dibujo, trabajos manuales artísticos, etc., se fueron
imponiendo.

Hacia 1925 se reconocía ya en todos los países el valor del arte
escolar como un recurso para el desarrollo de la personalidad de los
alumnos.

Igualmente aquélla es la fecha en que en América Latina aparecen instalados en
su mayor amplitud los principios de la pedagogía artística. Merece recordarse la
escuela al aire libre, donde se desarrollaron con el mayor entusiasmo estos
principios, creada (1913) en Santa Anita (México) por Alfredo Ramos, así como
otros intentos plenos de sentido y resultados que se llevaron a cabo en Chile,
Argentina y Uruguay. 

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